Luego de más de un mes de varios senderos recorridos en la Patagonia, llegamos a la capital del Trekking: El Chaltén, lugar que no alcanza con verlo sólo en fotos y videos, debes experimentarlo y verlo con tus propios ojos.
Conocimos muchas personas que habían ido por unos días y se terminaban quedando semanas, hasta incluso meses, porque sus paisajes interminables te terminan atrapando. Hay muchas personas que hace años viven en el pueblo y aún siguen descubriendo nuevos lugares imponentes.
Nuestra elección fue el sendero la Vuelta al Huemul, un circuito desafiante de tres días (mínimo) dando la vuelta al Cerro Huemul, que es uno de los macizos más grandes del Parque Nacional Los Glaciales. En esos días caminamos por frondosos bosques, praderas de altura, glaciares y cruzamos dos ríos en tirolesa hasta ascender 1550 msnm.
Salimos un jueves bien temprano, el objetivo del primer día era llegar al refugio que se encuentra antes de llegar a Laguna Toro, a unos 16 km de El Chaltén.
Si bien la mayoría de quienes habían hecho la vuelta nos habían recomendado que era un circuito para hacer en cuatro días, nosotros queríamos llegar en tres días, ya que el sábado por la noche había pronóstico de lluvia y la verdad que queríamos evitar mojarnos. El único inconveniente para lograrlo en 3 días era el peso de las mochilas, porque debido a nuestra inexperiencia en un sendero tan largo habíamos llevado demasiada comida; para que se den una idea, deberíamos haber llevado 5 kg de comida y llevamos 10 kg, imagínense lo que fue el ascenso.
A pesar de todo, antes de las cuatro de la tarde ya estábamos sentados almorzando a orillas de Laguna Toro. Hicimos una parada breve de no más de una hora, y como habíamos llegado antes de lo previsto decidimos continuar caminando.
Bordeamos la laguna hasta encontrar la parte del río donde se cruzaba en tirolesa, luego, había que ascender por un sendero poco marcado de terreno pedregoso. A partir de aquí fue un desafío no solo físico, sino también mental. El circuito se tornaba cada vez más técnico, nos llevó el resto de la tarde avanzar un par de kilómetros.
Caminamos por arriba de un glaciar, lamentablemente estábamos tan concentrados en no cometer ningún error que no pudimos disfrutarlo, ni siquiera tomar una foto. Se nos venía la noche y debíamos llegar lo antes posible al campamento, ya que si se oscurecía completamente iba a ser imposible avanzar. Ya era de noche, y a medida que pasaban los minutos sentíamos que estábamos cada vez más lejos, si bien íbamos con las linternas, nunca se puede saber cuándo vas a dar un paso en falso.
A pesar de todos los obstáculos llegamos al campamento, que no era más que un reparo de piedras. En ese momento, a pesar de haber caminado más de 12 horas, no nos importaba el hambre, lo único que queríamos era armar la carpa y descansar. Pero sabíamos que era fundamental reponer energías, así que hicimos un esfuerzo en preparar la cena y nos fuimos a dormir. Descansar al lado de un enorme glaciar no fue tarea fácil, ya que el frío nos despertaba cada una hora, pero pudimos superarlo.
Al día siguiente nos levantamos con una vista alucinante, el glaciar frente a nuestros ojos no era algo con lo que uno de despierta todos los días. Preparamos café, desayunamos y seguimos viaje, todavía quedaban muchos kilómetros por delante.
El viernes, tuvimos la posibilidad de conocer los glaciares continentales, kilómetros y kilómetros de hielo, una experiencia realmente única. Ese día caminamos, caminamos y caminamos. La sensación de saber que éramos los únicos en muchos kilómetros a la redonda era hermosa, esa paz que solo se experimenta en esos lugares.
Para las tres de la tarde ya estábamos almorzando en el tercer refugio, en ese momento teníamos que tomar una decisión muy difícil: seguir caminando con el riesgo de que se nos haga de noche y no encontrar reparo para dormir o quedarnos ahí y al día siguiente caminar lo que restaba de kilómetros, que por cierto, eran muchos. Era demasiado temprano, así que decidimos aprovechar la tarde, seguir caminando y asumir los riesgos.
Eran las nueve de la noche y tardamos mucho más de lo planeado, faltaban tres kilómetros, pero con un descenso de mil metros, técnico y pronunciado. De por si el nivel de dificultad era alto, pero la noche hizo que las cosas se pusieran más difíciles. Luego de muchas caídas y de momentos de no encontrar el sendero, a las 11 de la noche llegamos al campamento de Bahía de Los Témpanos.
Felices por haber llegado, armamos campamento nuevamente, cenamos y nos fuimos a descansar exhaustos. Al otro día nos despertamos por el sonido de la lluvia en nuestra carpa, decidimos quedarnos adentro hasta que pare de llover. El tiempo pasaba y la lluvia no nos daba tregua. Pasado el medio día, decidimos emprender el regreso a pesar de que el clima no nos acompañaba.
Los bueno de los kilómetros que restaban para llegar, era que en comparación con los kilómetros anteriores, estos eran fáciles, sin mucho desnivel. Caminamos bordeando la laguna de los Témpanos, que como su nombre lo indica, tenía bloques de grandes hielos flotando, provenientes del Glaciar Viedma, una belleza.
Llegamos a lo que sería nuestro destino final, a eso de las seis de la tarde, la Vuelta al Huemul termina en una estancia a unos 8 km de El Chaltén. Por lo general llegas ahí y llamas a un transporte para que te busque, pero nosotros cuando llegamos no teníamos nada de señal en nuestros celulares. Para todo lo que habíamos caminado, ocho kilómetros más no eran nada, así que sin pensarlo mucho continuamos viaje hasta El Chaltén. Llegamos a nuestro alojamiento un par de horas después.
Hasta el día de hoy podemos recordar los sentimientos de volver a ver el pueblo, luego de pasar momentos que no sabíamos si íbamos a llegar, estar nuevamente en el Hostal fue tan lindo. Después de una gran experiencia como esta aprendes mucho y valoras cosas del día a día que quizás si no vivís algo así no las podés apreciar.